Pasar bajo el yugo

Pasar bajo el yugo


La expresión pasar bajo el yugo o pasar por las Horcas Caudinas se originó justamente por la batalla del mismo nombre durante la Gran Guerra Samnita. En clara referencia, esa frase quiere decir verse obligado a pasar por una humillación por razones incuestionables. Los romanos vivieron con especial resentimiento esa pena, que Tito Livio nos relata de la siguiente forma:

En el campamento romano, después de hacer muchos intentos infructuosos por romper el cerco, se vieron finalmente en un estado de miseria absoluta [...]. Poncio respondió que toda guerra tenía un final y que, ya que incluso ahora que estaban vencidos y cautivos eran incapaces de reconocer su situación real, él les privaría de sus armas y les haría pasar bajo el yugo, permitiéndoles conservar una única prenda de ropa. Las restantes condiciones serían justas, tanto para los vencedores como para los vencidos. Si evacuaban el Samnio y retiraban sus colonos de su país, romanos y samnitas vivirían en adelante bajo sus propias leyes, como estados soberanos unidos por un tratado justo y honorable. [...] Cuando se anunció el resultado, se elevó un grito general de angustia, tanto se extendió la tristeza y la melancolía, pues evidentemente no podían haber sufrido más si se les hubiese anunciado que iban a morir en el acto. Luego siguió un largo silencio.


Posiciones de romanos y samnitas en las Horcas Caudinas: los 1 indican los pasos de entrada y salida bloqueados por Cayo Poncio y el 2 indica la ubicación del campamento romano dentro de las Horcas

Allí estaban, mirándose unos a otros, contemplando con tristeza las armas y corazas que pronto debían abandonar, sus manos diestras que quedarían indefensas, sus cuerpos que quedarían a merced del enemigo. Se imaginaban bajo el yugo enemigo, las burlas y miradas insultantes de los vencedores, su marcha desarmados entre las filas armadas y la posterior marcha miserable de un ejército desgraciado por las ciudades de sus aliados, su vuelta a su país y a sus padres, donde sus antepasados tantas veces regresaron en procesión triunfal. Sólo ellos, decían, habían sido derrotados sin recibir una sola herida, sin que se usase una sola arma o sin combatir ni una batalla, no se les había permitido desenvainar la espada o cruzarla con la del enemigo; el valor y la fuerza habían sido en vano.

La consternación de los romanos llegó a su punto límite con la humillación de sus cónsules y el paso por el yugo no estuvo libre de altercados:

Llegó la hora en que la experiencia real de su humillación se les haría más amarga de lo que habían previsto o imaginado. En primer lugar se les ordenó deponer las armas y marchar fuera de la empalizada, cada uno con una sola prenda de vestir. Los primeros fueron los que iban a ser entregados como rehenes, a quienes se llevaron para su custodia. A continuación, los lictores fueron obligados a separarse de los cónsules, que luego fueron despojados de sus mantos ornamentados. [Los solados] apartaron sus ojos de tal atentado a la majestad del Estado, como espectáculo demasiado horrible de contemplar.


Romanos lamentándose por el paso por el yugo

Los cónsules fueron los primeros en ser enviados, poco menos que medio vestidos, bajo el yugo; luego, cada uno según su rango, fue expuesto a la misma vergüenza y, finalmente, los legionarios uno tras otro. Alrededor de ellos se encontraba el enemigo bien armado, insultándolos y burlándose de ellos; sobre muchos llegaron a alzar las espadas cuando algunos insultaron a sus vencedores, mostrando claramente su indignación y rencor, y varios fueron heridos y hasta asesinados. Así marcharon bajo el yugo. Pero lo que resultó todavía más difícil de soportar fue tener que atravesar el paso bajo los ojos del enemigo; sin embargo, al salir, como hombres liberados de las fauces del infierno, parecían ver la luz por vez primera y esa misma luz, al revelarles el horrible espectáculo de verse marchar a lo largo, resultó más triste que cualquier forma de muerte. 

Romanos obligando a sus enemigos a pasar por el yugo

La forma de venganza de los romanos terminaría siendo realmente curiosa. No tendrían su revancha contra los samnitas sino que hasta adoptarían esta forma de humillación contra sus enemigos derrotados, a lo que agregarían latigazos y piedrazos para aquel rival vencido. Hasta nuestros días, la palabra "subyugar" recuerda este castigo que Roma aplicaría por muchos siglos a sus enemigos, un cabal recuerdo de su humillación sufrida a manos de los samnitas.

Fuente: Tito Livio, Ab Urbe Conditia, libro 9, 5 - 6

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