Eneas en Cartago

Eneas en Cartago

Vista de Cartago con Dido y Eneas (óleo sobre lienzo de Claudio de Lorena, 1676)

El odio entre Cartago y Roma, si creemos en las leyendas, era de muy antigua raigambre. Según la épica narrada en la Eneida, el poeta Virgilio cuenta cómo, antes de llegar a Italia, los futuros pobladores del Lacio ya se habían enemistado mortalmente con los cartaginenses. El héroe troyano Eneas, fundador de la dinastía que daría luz a Rómulo y Remo, sellaría este fatal enlace.

El encuentro de Dido y Eneas (pintura de Nathaniel Dance-Holland 1766)

Desde antes de la guerra de Troya, la diosa Hera (llamada Juno por los romanos) detestaba a los troyanos y usaba todos sus poderes para hacerles la vida miserable. Eneas, además de ser hijo de la diosa Afrodita (la Venus romana), lideraba un grupo de troyanos que huyeron tras la caída de la ciudad. Atravesó accidentadamente el mar Mediterráneo, pasando por Tracia, Creta y Epiro, logrando anclar con menos de la mitad de las naves con las que había zarpado en Sicilia. En el camino muchos oráculos, entre ellos el famoso oráculo de Apolo en Delfos, le habían profetizado que, en el Lacio, fundaría una civilización destinada a la grandeza. Esta profecía había sido forjada por el propio Júpiter a pedido de Venus. Pero en el sur de la isla de Sicilia, una tempestad los arroja contra el norte de África, en la dirección contraria de Italia.

Supuesto itinerario del viaje de Eneas desde Troya hasta el Lacio, pasando por Cartago

Arrastrados hasta allí, deciden hacer una escala para aprovisionarse. Al tener noticia de un poblado cercano gobernado por la reina Dido, Eneas se acerca a la ciudad y, pasmado ante el espectáculo de la Cartago naciente y sus murallas exclama admirado sobre como todo esto era obra de una mujer. Pero esta no era una mujer cualquiera. Dido era parte de la familia real de Tiro, en Fenicia. Allí se había casado con Siqueo para asegurar su poder sobre la ciudad fenicia, pero el hermano de Dido, Pigmalión, arrebató el trono a Siqueo y lo asesinó. Jurando que jamás se volvería a casar y que por siempre guardaría el luto, Dido partió de Tiro junto a todos los que se oponían a Pigmalión. Luego de mucho navegar, se habían asentado en la costa africana, en la actual Túnez, donde fundaron la ciudad de Qart-Hadasht ("ciudad nueva" en fenicio), más conocida como Cartago. Cortejada por los reyes locales, Dido permanecía inflexible y orgullosamente gobernando sola. Lamentablemente, Dido terminó siendo victima de los crueles juegos de Juno y Venus. 

Dido es flechada por Cupido en presencia de Eneas (óleo sobre tela de Jacopo Amigoni, 1732)

Primero, al encontrarse con Eneas, Dido recibió un flechazo de Cupido, quién, por ordenes de Juno. Esto serviría para que ambos se unieran y así Dido proveyera a la flota troyana de Eneas. Pero Juno vio la oportunidad de hacer que Eneas se enamorara de Dido y reinaran juntos en Cartago, de modo que la profecía de grandeza del linaje de Eneas jamás se cumpliera. Así que Juno llevó a cabo una treta durante una cacería, por la que Eneas y Dido terminaron aislados y solos, teniendo la oportunidad de consumar su romance que duró por muchos meses. Finalmente, Júpiter le recordó a Eneas que estaba demorando su destino. Eneas está renuente y lleno de dolor, y cuando estaba por partir, la reina lo encuentra y lo intenta convencer para que se quede. Pero ni siquiera el héroe troyano se puede oponer a la voluntad de los dioses. Mientras ve partir las naves troyanas, Dido levanta una enorme pira funeraria en medio de la ciudad, usando los ropajes del troyano y el árbol junto al cual habían yacido juntos e invocando a los dioses proclama:

¡Furias vengadoras, y oh dioses de la moribunda Elisa, escuchad estas palabras, atended mis súplicas y convertid sobre esos malvados vuestro numen vengador! Si es forzoso que ese infame arribe al puerto y pise el suelo de Italia; si así lo exigen los hados de Júpiter, y este término es inevitable, que a lo menos, acosado por la guerra y las armas de un pueblo audaz, desterrado de las fronteras, arrancado de los brazos de Iulo, implore auxilio y vea la indigna matanza de sus compañeros; y cuando se someta a las condiciones de una paz vergonzosa, no goce del reino ni de la deseada luz del día, antes sucumba a temprana muerte y yazga insepulto en mitad de la playa. Esto os suplico; este grito postrero exhalo con mi sangre. Y vosotros, ¡oh Tirios! cebad vuestros odios en su hijo y en todo su futuro linaje; ofreced ese tributo a mis cenizas. Nunca haya amistad, nunca alianza entre los dos pueblos. Alzate de mis huesos, ¡oh vengador, destinado a perseguir con el fuego y el hierro a los advenedizos hijos de Dárdano! ¡Yo te ruego que ahora y siempre, y en cualquier ocasión en que haya fuerza bastante, lidien ambas naciones, playas contra playas, olas contra olas, armas contra armas, y que lidien también hasta sus últimos descendientes!"

Luego de esto sube a la pira funeraria, toma la espada que pertenecía a Eneas y se la clava en el corazón, sellando con sangre este atroz juramento. Este es el origen mítico, según los romanos, del odio contra Cartago y la certeza inevitable, destinada por los dioses, de que ambos pueblos tendrían que luchar a muerte tarde o temprano.

La moribunda Dido maldice a Eneas y a los troyanos (óleo sobre tela de Joseph Stallaert,  1872)

Fuente: 
Virgilio, Eneida, libros I, III y IV


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