El juramento de Aníbal

El juramento de Aníbal


Para despedir de una vez por siempre a uno de los más interesantes enemigo que tuviera Roma, haremos un repaso por puntos clave que definirían la vida del gran comandante cartaginés Aníbal Barca, un soldado y general que sabría tener en jaque a los romanos por muchísimos años y casi lograría aplastar por siempre los sueños de la Ciudad Eterna. En parte leyendas, en parte retratos de un carácter, adentrémonos por última vez en el personaje que fue Aníbal.

El joven Aníbal jurando eterno odio a Roma ante su padre, Amílcar

Una de las mas anécdotas más contadas de la temprana vida de Aníbal fue su terrible juramento. Cuando tenían apenas 9 años, el pequeño Aníbal le exigió a su padre, Amílcar, que lo llevara con él a Hispania. Amílcar había vuelto unos años atrás de Sicilia, donde el final de la Primera Guerra Púnica llevó a que todos sus esfuerzos en aquella isla fueran en vano, y estaba decidido a conquistar un reino nuevo para planear su venganza contra los romanos. Sorprendido ante la convicción de su joven hijo, lo llevó ante un animal que había sacrificado a los dioses. Mientras la sangra manaba del sacrificio, alzó una mano y juró que en cuanto su edad se lo permitiera, emplearía el fuego y el hierro para acabar por siempre con Roma. A partir de entonces, su vida estaría dedicada a esa misión. Cuando Amílcar dirigió su campaña hacia Hispania, el pequeño Aníbal estaba a su lado y su crianza se daría entre los campamentos militares, dándole la educación que harían de el un guerrero y líder dedicado a su causa.

Aníbal recibe, horrorizado, la cabeza de su propio hermano

Ya había pasado una década de lucha contra Roma en Italia cuando Aníbal iba a poner en práctica su último intento de forzar a los romanos a rendirse. El ejército de su hermano Asdrúbal había atravesado los Alpes, al igual que él lo había hecho tantos años antes, y se encontraba bajando hacia el sur de la península itálica. Mientras maquinaba como destruir al ejército romano que lo estaba vigilando de cerca, le llegó un mensaje: envuelta entre telas se encontraba la cabeza de Asdrúbal y junto ella las noticias de la absoluta destrucción de su ejército a orillas del río Metauro. La vigilancia romana había sido una treta y todas las fuerzas romanas se habían concentrado en su hermano. La derrota era un golpe semejante al que el mismo Aníbal había dado a los romanos algunos años antes en Cannas. Más que eso, Aníbal acaba de perder a su hermano quien lo había acompañado en cuerpo y alma en su misión. Hasta el historiador romano Tito Livio recuerda que Asdrúbal se batió como un león, armas en mano, hasta el final de la batalla. Quebrado por la perdida y la derrota, después de estar tan cerca de su meta, Aníbal admitió que de nuevo su destino se encontraba en Cartago y emprendió el penosos viaje de regreso.

Aníbal y Escipión conversando en Éfeso

El primer encuentro con su gran rival, Publio Escipión, se produjo en las colinas circundantes al pueblo norafricano de Zama, el año era el 202 a.C. La situación para Aníbal era grave, sus fuerzas de combate eran endebles y el gobierno cartaginés quería que enfrentara a los romanos de frente. Aún así, lo peor de todo era que no se enfrentaba a los patéticos generales que al principio de la guerra habían sido presas de sus trucos. Escipión había aprendido todo lo que podía del mismo Aníbal, y lo llevaba a la práctica con atroz eficacia. El encuentro fue breve. El cartaginés intentó, en vano, conseguir una paz aceptable pero al ser rechazado no insistió. Sabía que hacían los romanos allí y entendía que no serían persuadidos. Observó con gran respeto al general romano, respeto que Escipión correspondió. No partió de allí sin advertirle a Escipión que la Fortuna es una voluble fuerza que puede ampárate y abandonarte con la misma facilidad. Su siguiente y final encuentro se daría nueve años después, en un contexto muy diferente al de la batalla que dio la gloria a Escipión "el Africano". En la ciudad de Éfeso, perteneciente al monarca seléucida Antioco III, se volvieron a cruzar, Escipión como enviado para negociaciones diplomáticas entre romanos y sirios, y Aníbal como un refugiado político en la corte del rey. Tito Livio nos narra este segundo encuentro de la siguiente forma:

[Escipión] Permaneció en Éfeso unos días y, como resultó que Aníbal estaba allí por entonces, hizo cuanto pudo para entrevistarse con él, enterarse de sus planes futuros y, a ser posible, alejar de su mente cualquier temor de que le amenazase algún peligro de Roma [...] En una de estas conversaciones, el Africano preguntó a Aníbal quién había sido, en su opinión, el más grande general; su respuesta fue “Alejandro de Macedonia, pues con un puñado de hombres derrotó a innumerables ejércitos y recorrió las partes más distantes del mundo, que ningún hombre esperaba visitar“. Africano le preguntó a quién pondría en segundo lugar, y Aníbal respondió: “A Pirro, porque fue el primero en enseñar cómo disponer un campamento y, además, porque nadie mostró tanta inteligencia en la elección de posiciones y en la disposición de las tropas. Poseía también el arte de atraerse a la gente, al punto que logró que los pueblos de Italia prefirieran el dominio de un rey extranjero al del pueblo romano, que durante tanto tiempo había estado a la cabeza de aquel país“. Al volverle a preguntar Escipión a quién consideraba el tercero, Aníbal, sin ninguna duda, respondió: “Yo mismo“. Riendo abiertamente, Escipión le preguntó: “¿Qué dirías si me hubieras vencido?” “Pues la verdad; en ese caso, respondió Aníbal, debería ponerme por delante de Alejandro y de Pirro y de todos los demás generales“. Esta respuesta, dicha con aquella astucia cartaginesa y a modo de sorprendente halago, impresionó a Escipión, pues lo había colocado aparte del resto de generales, como si no admitiera comparación.


Los momentos finales de Aníbal

Los siguientes diez años, la Fortuna tuvo sus ideas y vueltas con Aníbal. Desgraciado en la corte de Antíoco III, el cual también fue derrotado por los romanos, tuvo que buscar suerte en otros reinos. Cuando Antíoco fue derrotado, los romanos pusieron entre las condiciones de rendición la entrega del general cartaginés. Este escapó al reino de Bitinia, en el norte de Asia Menor. Aunque ya un hombre mayor, Aníbal pudo obtener ciertas victorias que solo sirvieron para poner nerviosos a los romanos. Ahora dueños de prácticamente todo el Mediterráneo, los romanos presionaron al rey de Bitinia. El "liberador" de Grecia, Tito Quincio Flaminio, llegó a la corte de Prusias I, el rey que había dado asilo a Aníbal, y exigió la entrega del cartaginés. Aunque no se encontraba allí, Aníbal logró enterarse de las intenciones de Prusias. Jamás le daría a los romanos el gusto de encadenarlo, así que la única opción que le quedó fue quitarse la vida. Corría el año 183 a.C. y se cuenta que Aníbal tenía desde hace mucho tiempo un vial de veneno guardado en un anillo que siempre llevaba, para evitar ser capturado con vida. De nuevo tomando el testimonio de Tito Livio, se cuenta que sus últimas palabras fueron:

"Libremos ya al pueblo romanos de su gran preocupación, ya que creen que es demasiado esperar la muerte de este anciano" 


Su tumba, hasta el día de hoy no ha sido identificada. 


Fuentes:

Tito Livio, Ab Urbe Conditia, libros 25, 27, 30 y 39.

Apiano, Anibálica

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